4 Septiembre 2011, 11:12 PM
La violencia intrafamiliar deja más de 800 huérfanos en trienio
La violencia intrafamiliar envuelve maltrato físico, verbal y sicológico y en no pocas ocasiones termina con la vida de la víctima y con la de su agresor, que en muchos casos, después de cometer el crimen se suicida.
Pero hay otros elementos que conforman ese cuadro, como la situación de los niños que han perdido a uno o a los dos progenitores de esa manera y el resquebrajamiento de la relación de las familias de la pareja.
En tres años, 281 mujeres murieron en feminicidios íntimos y dejaron en la orfandad a más de 800 niños y niñas, con edades entre 0 y 13 años, según las estadísticas de la Policía, del Instituto Nacional de Ciencias Forenses y de organismos no gubernamentales.
El mayor grupo abarca el segmento de tres a 10 años y la mayoría reside en el Distrito Nacional, la provincia de Santo Domingo, Santiago y San Cristóbal.
La orientadora Luz Recio explica que antes de perder a uno de sus padres o a ambos, cerca del 78%, además de verlos abusarse, también sufrió en carne propia, puesto que los hijos de parejas violentas son más maltratados.
La situación empeora cuando la muerte se produce en presencia del menor, como ha ocurrido en el 22% de los casos en este trienio.
“Los hijos de parejas violentas tienden más a la delincuencia y al suicidio. Están en un mundo de abuso desde que nacen hasta que se independizan. Además se suma la vergüenza de que se les señale y se les aísle. Son bombardeados por las preguntas y las críticas de sus compañeros de aula o de los vecinos”, expresa Recio.
Indica que los niños criados en ambiente de agresión son inestables, irritables y asimilan poco. Esto empeora si la violencia llega a su punto más alto, que es la muerte de uno de los miembros de la pareja (generalmente la madre) a manos del otro.
Orfandad y miseria. El siquiatra José Miguel Gómez define como la parte más dolorosa de los feminicidios el que los hijos estén en el centro, que arrastren esa marca y que además sean vistos como una carga económica para sus familiares.
“Han dejado tantos niños huérfanos, que reproducen más la pobreza y los traumas en sus vivencias. Crean en la sociedad la cultura de violencia contra la mujer. Condicionan y refuerzan los comportamientos desiguales de donde se perciben el acoso, la agresión y las muertes como normas en grupos sociales”, lamenta.
Expresa que en familias violentas es obvio que habrá hijos violentos, y que las muertes vienen precedidas de otros tipos de agresiones: maltrato sicoemocional, amenaza, acoso, chantaje, intimidaciones, controles y celos enfermizos.
El distanciamiento. La relación entre las familias de los cónyuges también se deteriora, llegan las complicaciones legales y el distanciamiento que termina por afectar al niño, en medio de parientes de ambos lados, cuya versión y comentarios despectivos debe soportar.
Después de la desgracia, el 83% pasa a vivir con los abuelos, casi siempre los maternos, o es enviado a la casa de algún tío y estará expuesto a escuchar comentarios negativos sobre sus progenitores. El resto va a orfelinatos.
“La situación es compleja como quiera, si el hombre mata a la mujer y no se suicida, entonces va a la cárcel y los hijos se dividen entre el amor a su padre y la lealtad a su madre muerta.
Las observaciones de los abuelos, padres de la víctima, contribuyen a fomentar el malestar”, expresa el sociólogo Hugo Báez.
Indica que en los casos en los que el victimario se mata, los hijos quedan con la amarga experiencia de haber perdido a ambos padres en una situación desgarradora, lo que además de amargura y cuestionamientos al hombre ya muerto, les crea problemas para socializar y hasta para establecer vínculos amorosos.
Un cambio desgarrador
En la capital y en la provincia de Santo Domingo, cerca de un 27% de los niños que pierden a uno o a los dos padres fruto de la violencia intrafamiliar es llevado a otros pueblos y entregados a los abuelos, en alrededor del 61% de los casos, de ese porcentaje y a otro familiar en el 39%, según explica el sociólogo Ismael Cantalicio, que trabaja el tema.
El siquiatra José Miguel Gómez indica que la violencia se convierte en una cadena que esos chicos arrastrarán de adultos. “Si no se les ofrece ayuda, terminarán envueltos en situaciones de alto riesgo, como el pandillerismo y la drogadicción, porque necesitan un escape”.
Precisamente asistencia sicológica es lo que menos reciben los huérfanos de la violencia. Los registros del Departamento de Salud Mental de Salud Pública y de la Sociedad Dominicana de Siquiatría detallan que menos del 35% va a terapia.
Cantalicio expresa que los que quedan a cargo están envueltos en su propio dolor y se olvidan de los más afectados. Pese a que hay asistencia gratutita, también influye la condición económica de los parientes, que deben asumir la educación y la alimentación y temen incurrir en más gastos. De acuerdo con los datos, cerca del 56% de los feminicidios.
Pero hay otros elementos que conforman ese cuadro, como la situación de los niños que han perdido a uno o a los dos progenitores de esa manera y el resquebrajamiento de la relación de las familias de la pareja.
En tres años, 281 mujeres murieron en feminicidios íntimos y dejaron en la orfandad a más de 800 niños y niñas, con edades entre 0 y 13 años, según las estadísticas de la Policía, del Instituto Nacional de Ciencias Forenses y de organismos no gubernamentales.
El mayor grupo abarca el segmento de tres a 10 años y la mayoría reside en el Distrito Nacional, la provincia de Santo Domingo, Santiago y San Cristóbal.
La orientadora Luz Recio explica que antes de perder a uno de sus padres o a ambos, cerca del 78%, además de verlos abusarse, también sufrió en carne propia, puesto que los hijos de parejas violentas son más maltratados.
La situación empeora cuando la muerte se produce en presencia del menor, como ha ocurrido en el 22% de los casos en este trienio.
“Los hijos de parejas violentas tienden más a la delincuencia y al suicidio. Están en un mundo de abuso desde que nacen hasta que se independizan. Además se suma la vergüenza de que se les señale y se les aísle. Son bombardeados por las preguntas y las críticas de sus compañeros de aula o de los vecinos”, expresa Recio.
Indica que los niños criados en ambiente de agresión son inestables, irritables y asimilan poco. Esto empeora si la violencia llega a su punto más alto, que es la muerte de uno de los miembros de la pareja (generalmente la madre) a manos del otro.
Orfandad y miseria. El siquiatra José Miguel Gómez define como la parte más dolorosa de los feminicidios el que los hijos estén en el centro, que arrastren esa marca y que además sean vistos como una carga económica para sus familiares.
“Han dejado tantos niños huérfanos, que reproducen más la pobreza y los traumas en sus vivencias. Crean en la sociedad la cultura de violencia contra la mujer. Condicionan y refuerzan los comportamientos desiguales de donde se perciben el acoso, la agresión y las muertes como normas en grupos sociales”, lamenta.
Expresa que en familias violentas es obvio que habrá hijos violentos, y que las muertes vienen precedidas de otros tipos de agresiones: maltrato sicoemocional, amenaza, acoso, chantaje, intimidaciones, controles y celos enfermizos.
El distanciamiento. La relación entre las familias de los cónyuges también se deteriora, llegan las complicaciones legales y el distanciamiento que termina por afectar al niño, en medio de parientes de ambos lados, cuya versión y comentarios despectivos debe soportar.
Después de la desgracia, el 83% pasa a vivir con los abuelos, casi siempre los maternos, o es enviado a la casa de algún tío y estará expuesto a escuchar comentarios negativos sobre sus progenitores. El resto va a orfelinatos.
“La situación es compleja como quiera, si el hombre mata a la mujer y no se suicida, entonces va a la cárcel y los hijos se dividen entre el amor a su padre y la lealtad a su madre muerta.
Las observaciones de los abuelos, padres de la víctima, contribuyen a fomentar el malestar”, expresa el sociólogo Hugo Báez.
Indica que en los casos en los que el victimario se mata, los hijos quedan con la amarga experiencia de haber perdido a ambos padres en una situación desgarradora, lo que además de amargura y cuestionamientos al hombre ya muerto, les crea problemas para socializar y hasta para establecer vínculos amorosos.
Un cambio desgarrador
En la capital y en la provincia de Santo Domingo, cerca de un 27% de los niños que pierden a uno o a los dos padres fruto de la violencia intrafamiliar es llevado a otros pueblos y entregados a los abuelos, en alrededor del 61% de los casos, de ese porcentaje y a otro familiar en el 39%, según explica el sociólogo Ismael Cantalicio, que trabaja el tema.
El siquiatra José Miguel Gómez indica que la violencia se convierte en una cadena que esos chicos arrastrarán de adultos. “Si no se les ofrece ayuda, terminarán envueltos en situaciones de alto riesgo, como el pandillerismo y la drogadicción, porque necesitan un escape”.
Precisamente asistencia sicológica es lo que menos reciben los huérfanos de la violencia. Los registros del Departamento de Salud Mental de Salud Pública y de la Sociedad Dominicana de Siquiatría detallan que menos del 35% va a terapia.
Cantalicio expresa que los que quedan a cargo están envueltos en su propio dolor y se olvidan de los más afectados. Pese a que hay asistencia gratutita, también influye la condición económica de los parientes, que deben asumir la educación y la alimentación y temen incurrir en más gastos. De acuerdo con los datos, cerca del 56% de los feminicidios.
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