diciembre 30, 2012

LAS VIAS FERROVIARIAS EN REPUBLICA DOMINICANA TIENEN SU HISTORIA.

Calle “Gregorio Riva” en el barrio Vietnam, de Los Mina, en Santo Domingo Este.
 
“¡Señores… he aquí el ferrocarril!”
Gregorio Riva, emprendedor, visionario, pionero en incontables empresas para el progreso social, económico, cultural, pronunció esta frase memorable en 1887 al inaugurar el famoso tren que recorría la ruta Sánchez-La Vega
“¡Señores…! ¡He aquí el ferrocarril!”
Gregorio Riva, emprendedor, visionario, pionero en incontables empresas para el progreso social, económico, cultural de la República, pronunció esta frase memorable en 1887 cuando dejó inaugurado el famoso tren que recorría la ruta Sánchez-La Vega. Pero esta gloriosa expresión se ha esfumado como el recuerdo de este desinteresado patriota a quien el país debe mucho más que esa primera obra decisiva para el progreso.
Riva, a quien rindieron  tardío tributo designando con su nombre una aislada calle de Santo Domingo en vez de inmortalizarlo con las más grandes avenidas de la Capital y los pueblos del Cibao es, sin embargo, “uno de los personajes que la Patria ha tratado con el más cruel de los flagelos: el de la ingratitud y el olvido”, “sentenciado en forzado anonimato”, escribió Jossef Pérez Stefan, presidente de la Sociedad Cultural La Progresista, de La Vega, donde falleció el gran dinamizador de la agricultura que fue Riva.
Poseyó riquezas materiales e intelectuales  que compartió, pero murió en la pobreza. Al despedirse de este mundo llamó a Sergio, su primogénito, a quien dijo con voz agonizante: “Mi hijo, muero en la miseria, solo dejo como patrimonio el apellido. Consérvalo”. Lilís “usó todo el poder que tenía para destruir a don Gregorio y finalmente lo logró, empecinándose en ello aun después de la muerte de don Gregorio”, consigna su biznieto Leopoldo Franco Barrera.
Este autor  rescató la figura de su antepasado en el libro “Gregorio Riva, el hombre  que viabilizó el ferrocarril”. No es el parecer caprichoso de un descendiente tratando de enaltecer  a su ancestro. Aunque emite algunas consideraciones personales, la obra recopila prácticamente todo lo que se ha publicado sobre el personaje, quien fue condiscípulo de Emeterio Betances, en Puerto Rico; amigo entrañable y seguidor de las enseñanzas de Hostos, quien lo cita en sus libros, como lo fue también de Federico Henríquez y Carvajal, Pedro Francisco Bonó, entre otros que escribieron sobre él al igual que el reputado inventor y costumbrista Jovino Espínola, Julio Jaime Julia y Vetilio Alfau Durán que publicó  el testimonio de Sergio Riva. De estos se han nutrido para su biografía autores de diccionarios y enciclopedias nacionales. De don Gregorio queda  la villa con su apellido, una calle en La Vega y la histórica estatua que como apunta Espínola parece seguir repitiendo: “¡Señores, he aquí el ferrocarril!”.
Riva, sin s  final. El apellido del resuelto instructor y proveedor del campesino criollo se escribe sin la s final que le agregan todos y a los que no ha escapado el rótulo de la modesta vía que lo honra. Federico Henríquez y Carvajal aclaró: “Escribo Gregorio Riva, sin la s, y restablezco de ese modo el verdadero apelativo del prócer mocano. Ese apellido Rivas, con s, existe también en el país y de ahí, sin duda, el error cuando se trata de don Gregorio”.
Henríquez redactó proyectos de “don Gregorio” como la canalización del Yuna, línea férrea desde Villa Paula –así se denominaba en honor de su esposa-  hasta La Vega o Moca; puerto libre de Samaná; cultivo de cacao y arroz en gran escala; explotación de los pinares de la cordillera y captación de las aguas en saltos y cascadas, como fuerza hidráulica  aplicada a industrias y  servicios públicos, entre otros.
Riva hizo capital muy joven, al regresar de Borinquen. Se dedicó a la compra de papeletas haitianas que quedaron en manos de dominicanos y las reintroducía en Fort Liberté por su valor real. Franco  comenta que “esta actividad especulativa que conllevaba ciertos riesgos, lo llevó en breve tiempo a expandir su capital”.
Compraba tabaco del Cibao para exportarlo por Puerto Plata bajo la marca “La Mocana”; junto a Heinsen, formó la Compañía de Explotación de la Navegación del río Yuna; estableció una vía fluvial entre el Cibao y la bahía de Samaná mediante la canalización de los ríos Yuna y Camú para poder hacerlos navegables y hacer asequibles los costos de transporte de las mercancías.
Dotó a Samaná de calles, drenajes, aceras; fabricó grandes almacenes en diferentes lugares del país; introdujo las construcciones de mampostería,  primeras en el Cibao Oriental; construyó una iglesia en Yuna dedicada a San Antonio y el cementerio católico de Moca; se dedicó a la exportación de caoba a Alemania,  proveniente de una explotación forestal que tenía entre Cabrera y Samaná; explotó el guano de las cuevas de Los Haitises, exportándolo”.
“En esas cuevas encontró osamentas y vestigios de la cultura indígena que envió a un museo de Londres”. Además, Riva fomentó el cultivo de coco en Samaná, importaba semillas de arroz, algodón, maíz, cacao y las distribuía gratuitamente entre agricultores para fomentar la siembra.
El enardecido adepto de la causa Restauradora, adquirió una imprenta en la que publicaba el periódico “La bahía de Samaná”, de propaganda agrícola y circulación gratuita, y las cartillas de adiestramiento en cultivos que obsequiaba a labriegos. Importó sacos de arroz “Standard-blanquísimo y de grano hermoso”, que  regalaba al igual que semillas de hortalizas y barriles de naranja.
Era la figura de mayor influencia en el siglo XIX. Le ofrecieron varias veces la presidencia de la República, que no aceptó pues no gustaba de la política. Tanto arraigo,  molestaba a Lilís. Félix Francisco Rodríguez compuso un himno a Riva con música de Manuel María del Orbe que se tocaba en las retretas, y el tirano lo prohibió.
Cuando se iniciaron los trabajos del Ferrocarril Central Dominicano, del cual fue promotor, Riva se entregó a ellos impulsándolos, organizándolos, supervisando y controlando y abandonó sus negocios. Pero Heureaux le guardaba la sorpresa de una trampa tendida a través de un “político corrupto” de su bando al que Riva no le permitió sacar de la aduana unos baúles de Navidad libres de impuestos. Entonces ocupaba el cargo de Interventor de Aduanas en Sánchez. El gobernante lo destituyó en el acto.
Leopoldo Franco apunta que “el comportamiento dictatorial de Lilís influyó en el ánimo de don Gregorio, provocándole una desazón tan profunda que a la postre se convertiría en depresión permanente, la cual le acompañaría hasta su muerte el 19 de diciembre de 1889 en La Vega. Murió cargado de prestigio y de gloria moral pero arruinado y dejando a su familia en la pobreza”. El hijo dice: “Tan rudo golpe lo decepcionó de tal manera que murió de una afección al corazón y paralítico y arruinado”. Contaba 56 años de edad. Sus restos reposan en la catedral de La Vega.
Gregorio de Jesús nació el 24 de diciembre de 1833 en Moca, hijo de Ramón Valentín Riva y Ramona Guzmán Rodríguez. Cursó secundaria e inició estudios de ingeniería que no concluyó, en Puerto Rico.
Casó en 1857 con Paula Álvarez, mocana, madre de sus hijos Adela, Mercedes, Sergio, Paula, Cristina, Rafael, María Estervina y Rosa Ana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario