25 de noviembre de 2015
Los crímenes atroces cometidos contra las mujeres y las niñas en
las zonas de conflicto, junto con el problema de la violencia doméstica
que afecta a todos los países, constituyen una grave amenaza para el
progreso.
Me preocupan profundamente las difíciles circunstancias de las
mujeres y las niñas que viven en condiciones de conflicto armado,
quienes sufren múltiples formas de violencia, agresión sexual,
esclavitud sexual y trata. Los extremistas violentos están tergiversando
las doctrinas religiosas para justificar la subyugación en masa y el
abuso de las mujeres. No se trata de actos de violencia fortuitos ni de
consecuencias indirectas de la guerra, sino más bien de medidas
sistemáticas para negar a las mujeres sus libertades y el control de su
cuerpo. Una de las consideraciones fundamentales en los esfuerzos
desplegados a nivel mundial para combatir y prevenir el extremismo
violento debe ser la protección y el empoderamiento de las mujeres y las
niñas.
La mitad aproximadamente de los 60 millones de personas que han sido
desplazadas por la fuerza son mujeres. Muchas de las que huyen de la
guerra y la violencia son a menudo explotadas por traficantes sin
escrúpulos y sufren a causa de la discriminación por razón de género y
la xenofobia en las sociedades de acogida. Las que son demasiado
jóvenes, demasiado viejas o demasiado débiles para emprender el
peligroso viaje se quedan solas en su lugar de origen, lo que aumenta su
vulnerabilidad al no contar con el apoyo de los que se han ido.
Incluso en las zonas donde reina la paz la violencia contra las
mujeres persiste y se registran casos de feminicidio, agresión sexual,
mutilación/ablación genital femenina, matrimonio precoz y ciberacoso.
Esas prácticas traumatizan a las personas y desintegran el entramado de
la sociedad.
He liderado, a través de la campaña “ÚNETE para Poner Fin a la
Violencia contra las Mujeres” y de la iniciativa “Él por Ella”, un
movimiento mundial para implicar a los hombres en la promoción de la
igualdad de género. En ese contexto, exhorto a los gobiernos a que
aumenten sus contribuciones al Fondo Fiduciario de las Naciones Unidas
para Eliminar la Violencia contra la Mujer, cuyo objetivo es subsanar la
insuficiencia crónica de inversiones en esta esfera.
Millones de personas de todo el mundo se han unido bajo el
estandarte naranja, que es el color elegido como símbolo de un futuro
mejor, libre de la violencia contra las mujeres y las niñas. Este año,
como muestra del creciente impulso en favor del cambio, se iluminarán de
color naranja numerosos monumentos icónicos, entre ellos las ruinas de
Petra en Jordania y las cataratas del Niágara en América del Norte.
También podemos despejar el camino hacia un futuro de dignidad e
igualdad para todos mediante la aplicación de la Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible aprobada recientemente, en la que se reconoce la
importancia de eliminar la violencia contra las mujeres y se fijan metas
conexas en relación con varios Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Asimismo, en varios exámenes amplios recientes de las operaciones de paz
de las Naciones Unidas, las labores de consolidación de la paz y los
programas relativos a la mujer y la paz y la seguridad, se ha puesto de
relieve la importancia crucial de incorporar la participación de las
mujeres en las iniciativas de paz y seguridad.
La violencia contra las mujeres y las niñas está muy extendida, por
lo que todos podemos tomar medidas para acabar con ella. Juntemos
nuestras fuerzas para poner fin a este crimen, promover la plena
igualdad de género y crear un mundo en el que las mujeres y las niñas
disfruten de la seguridad que merecen. Hagámoslo por el bien de ellas y
el de toda la humanidad.
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